Mabel Roch y Juan David Ferrer, como La Domadora y El León respectivamente. Los actores, con una larga trayectoria en teatro y el cine, ahora bajo la fusta de Díaz-Sousa, demostraron que la experiencia afianzada siempre permite que fluya todo.
A pesar de la impertinente lluvia de estos días y la lejanía al foco teatral de La Pequeña Habana, la sala de teatro Artefactus Black Box, ubicada en Kendall, al suroeste de Miami, estuvo sold out los tres días del fin de semana pasado, del 29 de septiembre al 1ro de octubre. Se presentó la obra El León y la Domadora del conocido escritor Antonio Orlando Rodríguez, escrita en 1998. Parece que el tiempo se detuvo en esta pieza, ya que su frescura y vigencia sigue siendo como si nunca hubiéramos brincado a un nuevo siglo que cumple pronto su primer cuarto.
La lucidez de Antonio Orlando a la hora de crear, le permite no sólo materializar un texto espectacular y dinámico, lo ha hecho en varias ocasiones, sino también como en este caso, de vestirlo con una dramaturgia excelente, que la solidifica con una de las características más ambiciosas para cualquier escritor, la universalidad.
Sabemos que las migraciones han sido actualidad desde las tribus nómadas antiguas, sin embargo, nunca como hoy, esos éxodos se han hecho más latentes. Migraciones en y hacia Europa, Asia, América, África, el Caribe, Oceanía y más, llevan a las personas a moverse a otros lugares en busca de trabajo y oportunidades económicas, para unirse a su familia, para estudiar; también para escapar de conflictos políticos, de la persecución, el terrorismo o las violaciones de derechos humanos, y sobre todo por hambre, la más auténtica de las migraciones, como la del El León y su Domadora.
Estos personajes establecidos por Tony, si bien son inspirados en la realidad de una Cuba estancada, pueden colocarse en cualquier geografía con semejante característica, gracias a un texto ingenioso y genuino, que no levanta la voz para arengar con el discurso panfletario tan común en el teatro actual, sobre todo latinoamericano, ni tampoco deja espacio a la nostalgia plañidera por lo que se deja atrás, porque lo que se abandona es porque hace mal y daña.
El espectáculo funcionó con un muy buen engranaje, gracias al cuidado y respeto con que trabajó la mente abierta del director Eddy Díaz-Sousa, que hizo disfrutable un tema neurálgico de una realidad dolorosa. No necesitó de un exuberante montaje, ni de grandes coreografías ni tampoco de cantidad de elementos escénicos; usó las armas infalibles de las tablas, Mabel Roch y Juan David Ferrer, como La Domadora y El León respectivamente. Los actores, con una larga trayectoria en teatro y el cine, ahora bajo la fusta de Díaz-Sousa, demostraron que la experiencia afianzada siempre permite que fluya todo.
La versatilidad de los actores los transforma durante el tiempo en acción casi imperceptiblemente, El León se desprende de su cabellera y deja el estereotipo para convertirse en X, una voz que cuenta y siente, que razona junto a La Domadora, y ambos se unen en estado emocional con el texto y su poética, para transmitirlo al público expectante.
La escenografía minimalista admite que el plató se abra a cualquier interpretación, en cualquier lugar; la selección musical es de lujo y se favorece más con la estimulante presencia de “La Chelista”, Yamilé Pedro, que en un rincón del escenario, descalza y sin salirse de su personaje, nos regala de su instrumento en vivo, el énfasis de los efectos especiales.
Cuando terminó la obra todos en el teatro se levantaron a aplaudir, pareció corto el tiempo, el público sonreía satisfecho, admirado y contento, porque se murmuraba una repetición en marzo (hay que estar pendiente para no perderla).
Sólo un detalle resultó anacrónico e innecesario al final, la casaca de La Domadora llena de medallas ¿cuál fue el mensaje de esas medallas si ya todo estaba bien dicho y bien actuado?, si se ambos ya se había desprendido casi toda su carga. Innecesarias las medallas, símbolo de una sociedad decadente que la Domadora y su León quieren dejar atrás. Desechada junto a la melena del león y las frustraciones de La Domadora debió quedar, junto al universo obsoleto, de certámenes, insignias y pancartas. Abandonada allí, antes de lanzarse por la cuarta pared a “devorarnos”.