Carlow Eduardo Espina coloca el martes 28 de junio de 2022 unas rosas en un altar improvisado instalado en el lugar donde las autoridades estadounidenses encontraron a decenas de personas muertas dentro de un tractocamión en San Antonio, Texas.

Carlow Eduardo Espina coloca el martes 28 de junio de 2022 unas rosas en un altar improvisado instalado en el lugar donde las autoridades estadounidenses encontraron a decenas de personas muertas dentro de un tractocamión en San Antonio, Texas.

AP

Vivo en Miami y como residente de la Ciudad del Sol, sé lo incómodo que suele ser vivir con calor. Pero, hace pocos días siento las altas temperaturas diferentes; ya no me sofocan tanto, ni me preocupa que la humedad tan pegajosa alborote mi cabello.

Ahora el calor me estruja el corazón porque me recuerda a los 50 migrantes que recientemente murieron sofocados dentro del remolque de un camión en San Antonio, Texas. Si uno parece asfixiarse y hasta siente cómo la presión sanguínea le baja con tan solo entrar a un auto que ha estado estacionado bajo el candente sol por pocas horas, ¿cuán horrible será morir junto a decenas de personas cuyos pulmones se pelean por el poco oxígeno que recorre el oscuro, pestilente y caluroso vagón donde llevan días encerrados?

Y así, el mismo camión que estaba supuesto a llevar a mexicanos, hondureños, guatemaltecos y otros latinos a tierra de libertad, se convirtió en una fosa común.

A cada rato vemos en las noticias que encuentran a grupos de migrantes en condiciones infrahumanas, lo que demuestra que el riesgo más grande de “cruzar mojado” a Estados Unidos no es ser deportado al país de origen tras ser descubierto por oficiales de Inmigración en el Río Bravo, en el desierto o en la frontera. El gran peligro está en caer en manos de esos coyotes criminales que no tienen el mas mínimo respeto por la vida humana y no sólo exponen a sus víctimas a la muerte, sino que también maltratan y agreden sexualmente a mujeres, jóvenes y niños. Y ni hablar de caer en garras del tráfico humano a mitad de camino.

Sé que hay situaciones desesperantes en otros países que obligan a cualquiera a escapar, cueste lo que cueste. Lo que sí he escuchado es que el recorrido es traumatizante y hasta puede costar la vida. Lo que se vive hoy en la frontera es muy diferente a lo que pasaba allí hace 20 años.

Ojalá que las autoridades castiguen con todo el peso de la ley los autores de ese genocidio y otros coyotes aprendan a respetar la vida de tantos soñadores que arriesgan la vida por un futuro mejor.

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